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El don de consolar: cuando Dios se hace ternura en medio del dolor

Catequesis pastoral inspirada en el pensamiento del Papa Francisco

Hay dolores que no se pueden explicar. Heridas que no se cierran con palabras. Silencios que pesan más que los gritos. En esos lugares del alma, donde la tristeza se vuelve paisaje, el consuelo aparece como un don inesperado. No como solución, sino como presencia que sostiene.

El Papa Francisco lo llama “la luz del alma”. En su catequesis sobre el discernimiento, dice que la consolación espiritual es una experiencia de alegría interior, que permite ver la presencia de Dios en todas las cosas. No es euforia ni alivio superficial. Es paz que brota en medio de la prueba, como una gota de agua que se absorbe en la esponja.

“La persona que vive la consolación no se rinde frente a las dificultades, porque experimenta una paz más fuerte que la prueba.” (Francisco, Audiencia General, 23/11/2022)

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Cuando el consuelo no es evasión, sino fecundidad

En la vida espiritual, consolar no es distraer del dolor. Es habitarlo con sentido. Es permitir que la herida se vuelva lugar de encuentro. San Pablo lo vivió en carne propia: “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de la misericordia y Dios de todo consuelo, que nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que nosotros podamos consolar a los demás en sus propias tribulaciones” (2 Cor 1,3-4).


El consuelo que viene de Dios no nos saca del dolor, sino que nos transforma en consuelo para otros. Es un don que se recibe, pero también una misión que se entrega.


El consuelo como pedagogía del Espíritu

Francisco insistió en que el consuelo verdadero no se fuerza ni se fabrica. Es suave, respetuoso, nunca invasivo. Como el Espíritu Santo, que no grita ni impone, sino que susurra en el alma. En este sentido, el consuelo tiene una pedagogía: enseña a mirar, a esperar, a acompañar.


Desde la psicología clínica, sabemos que el consuelo auténtico no es evitar el sufrimiento, sino validarlo sin juicio. El acompañamiento terapéutico enseña que la presencia empática puede ser más sanadora que cualquier consejo. Francisco lo tradujo en clave espiritual: “El consuelo es un movimiento íntimo que toca lo profundo de nosotros mismos.”


El consuelo como acto de comunión

Consolar es hacerle lugar al otro en nuestro corazón. Es abrir espacio para que el dolor del otro no quede solo. En la pedagogía del acompañamiento, esto se llama “presencia significativa”: estar sin invadir, sostener sin controlar.


Francisco lo vivió en su modo de pastorear. Cuando abrazó a una madre que había perdido a su hijo, cuando escuchó sin apurarse, cuando lloró con los que lloran. No dio respuestas mágicas. Dio presencia que consuela.


En la Biblia, Jesús consuela con gestos: toca al leproso, llora con Marta y María, se deja ungir por la mujer pecadora. Su consuelo no es discurso, es encarnación. “Vengan a mí los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré” (Mt 11,28).


El consuelo que nace del dolor ofrecido

Francisco en sus catequesis insistió que incluso el dolor por los propios pecados puede convertirse en consuelo. Cuando el arrepentimiento es sincero, cuando la herida se entrega, la gracia transforma la culpa en camino. Es lo que vivió San Agustín al hablar con su madre Mónica sobre la vida eterna. Es lo que sintió Edith Stein después de su conversión: “Me invade una vida nueva que, sin presión de mi voluntad, me impulsa hacia nuevas realizaciones.”


Desde la psicología espiritual, esto se llama resignificación del sufrimiento. No se trata de negar el dolor, sino de darle sentido desde la fe. El consuelo es entonces fruto de la entrega, no de la evasión.


¿Cómo consolar en la vida pastoral?

Consolar no es tener respuestas. Es ser presencia que sostiene. En la catequesis, en la visita a un enfermo, en el acompañamiento de un duelo, el consuelo se vuelve gesto, silencio, oración compartida.


Francisco nos invita a ser discípulos del consuelo. A no huir del dolor ajeno. A no apurar procesos. A no juzgar. A ser reflejo de la ternura de Dios.


“El consuelo es don y misión. Se recibe para ser ofrecido.”

Cuando el consuelo se vuelve oración

En la noche, cuando el alma está cansada, el consuelo puede ser una oración sencilla:

“Señor, no entiendo el dolor, pero sé que estás. No lo resuelvas, habítalo conmigo. No lo borres, fecundalo. Que tu consuelo me sostenga, y me haga consuelo para otros.”


 
 
 

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