La avaricia: entre el miedo a perder y la libertad de dar
- rccrecreo

- 5 sept
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La avaricia no es solo acumulación: es miedo. Miedo a perder, a no tener, a depender. Es una forma de encierro espiritual que impide la comunión. El Catecismo enseña que el décimo mandamiento prohíbe “el deseo desordenado de apropiación de los bienes terrenos” (CEC 2536), y que este vicio nace de una pasión inmoderada por las riquezas y su poder.
El Papa Francisco, en su catequesis sobre los vicios y virtudes (24 de enero de 2024), afirmó:
“La avaricia es una enfermedad del corazón, no de la cartera.”
Los Padres del Desierto advertían que incluso los monjes podían caer en avaricia, aferrándose a objetos mínimos como si fueran tesoros. Para ellos, el remedio era la meditación sobre la muerte: “Nada de lo que acumulamos cabe en el ataúd.”

Santo Tomás de Aquino define la avaricia como “deseo desordenado de poseer” (Suma Teológica II-II, q.118), y la contrapone a la virtud de la liberalidad. San León Magno decía: “Donde Dios encuentra la liberalidad, reconoce la imagen de su propia bondad.”
El P. Paulo Ricardo enseña que la avaricia es una forma de idolatría, porque pone la seguridad en lo que se tiene, no en quien se es. Y el P. Fabio de Melo afirma:
“El generoso no da porque le sobra, sino porque ha entendido que retener empobrece.”
La generosidad, entonces, no es solo virtud: es liberación. Es elegir la comunión sobre el control, el servicio sobre el encierro. Es vivir como hijos, no como dueños.



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