Orar por vivos y difuntos
- rccrecreo

- 13 sept
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La oración no es solo un acto piadoso. Es una obra de misericordia, un gesto de amor que atraviesa el tiempo, el cuerpo y la muerte. Cuando oramos por los vivos, nos hacemos compañeros de camino. Cuando oramos por los difuntos, nos volvemos memoria agradecida y esperanza activa. El Papa Francisco lo ha dicho durante su pontificado con fuerza: “Rogar por los difuntos es, sobre todo, un signo de reconocimiento por el testimonio que nos han dejado y el bien que han hecho”.
Esta obra de misericordia espiritual, la última del listado tradicional, no es la menos importante. Es la más silenciosa, pero también la más universal. Porque todos conocemos a alguien que necesita oración. Y todos, tarde o temprano, seremos los que la reciban.

La Palabra que sostiene la intercesión
La Escritura nos enseña que la oración por otros es puente de comunión. San Pablo exhorta: “Recomiendo, ante todo, que se hagan peticiones, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres” (1 Tim 2,1, LPD). Y en el libro de Tobías, vemos cómo el padre del joven Tobías arriesga su vida para enterrar a los muertos, cumpliendo una obra de misericordia que une justicia y compasión (cf. Tob 1,17–19; LPD).
Jesús mismo ora por sus discípulos antes de morir: “No ruego solamente por ellos, sino también por los que creerán en mí por medio de su palabra” (Jn 17,20, LPD). Su oración abraza a los vivos y a los que vendrán. La intercesión es parte del corazón de Cristo.
Psicología y medicina: la oración como acompañamiento
En contextos de enfermedad, duelo o agonía, la oración no es evasión. Es acompañamiento profundo. La medicina paliativa reconoce que el sufrimiento espiritual puede ser tan intenso como el físico. Orar por un moribundo —o junto a él— alivia la angustia, ordena el alma y abre a la paz.
La psicología también lo confirma: el acto de orar por alguien genera vínculos afectivos, activa la empatía y permite procesar el dolor desde un lugar de comunión. En palabras del Dr. Viktor Frankl, “quien tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo”. La oración por otros da sentido al sufrimiento, y permite que el amor circule incluso en medio de la pérdida.
¿Qué significa orar por los moribundos?
Orar por los moribundos es acompañar el umbral entre la vida y la eternidad. No es solo pedir que no sufran, sino ayudarles a entregarse a Dios con confianza. Es una forma de consolar, de sostener, de preparar el alma para el encuentro definitivo.
¿Cómo se ora?
Con palabras simples, que despierten la fe: “Jesús, recibí su alma”, “Madre, acompáñalo en su paso”.
Con gestos: tomar la mano, ungir con agua bendita, encender una vela, poner música sagrada.
Con la Palabra: leer el Salmo 23, el Evangelio de Juan 14, o el pasaje del Buen Ladrón (Lc 23,42–43).
Con el silencio: estar presente, sin forzar, dejando que el Espíritu hable.
¿Cuándo se ora?
En el momento de la agonía, si es posible, junto al enfermo.
En los días previos, como preparación espiritual.
Después de la muerte, como oración de entrega y consuelo.
🧡 Testimonios concretos
María, enfermera de cuidados paliativos, cuenta:
“A veces los pacientes no pueden hablar, pero cuando les digo ‘Jesús está con vos’, sus ojos se llenan de paz. Una señora que no quería morir sola me pidió que rezara el Padrenuestro. Lo hicimos en voz baja. Murió con una sonrisa.”
Carlos, catequista, comparte:
“Mi padre murió sin reconciliarse con Dios. Durante años sentí culpa. Pero un sacerdote me dijo: ‘Seguí orando por él. Dios no está atado al tiempo’. Desde entonces, cada misa es una súplica por su alma. Y siento que algo se ordena en mí.”
¿Por qué la Iglesia dedica un día a los Fieles Difuntos?
El 2 de noviembre, la Iglesia celebra la Conmemoración de los Fieles Difuntos, como expresión litúrgica de esta obra de misericordia. Desde el siglo X, los monjes de Cluny comenzaron a ofrecer misas por los difuntos, y la práctica se extendió. El objetivo no es recordar la muerte, sino afirmar la esperanza: “Depositamos en la tumba el cuerpo de nuestros seres queridos, con la esperanza de su resurrección”.
La liturgia de ese día nos invita a orar por las almas del purgatorio, a renovar la comunión de los santos, y a vivir la muerte como paso hacia la plenitud. Como dice el Canon Romano: “Acuérdate, Señor, de tus hijos, que nos han precedido con el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz”.
Catequesis del corazón: orar por vivos y difuntos
Es acto de amor: no se ora por deber, sino por comunión.
Es gesto de fe: creemos que Dios escucha y actúa.
Es medicina espiritual: sana heridas, consuela, ordena.
Es pedagogía del alma: enseña a mirar más allá del ego.
Es profecía de esperanza: anuncia que la muerte no tiene la última palabra.
Oración final
Señor Jesús que oraste por tus discípulos antes de morir, y que prometiste el paraíso al ladrón arrepentido, recibe nuestras súplicas por los vivos y los difuntos. Despierta en nosotros el corazón intercesor, que no se olvida de nadie, que ora incluso por quienes no saben orar.
Acompaña a los moribundos con tu ternura, y a los que ya partieron, con tu misericordia. Que nuestra oración sea puente, abrazo, consuelo y profecía. Y que, al orar por otros, seamos transformados por tu amor.
Amén.



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