Sanar la envidia: entre la herida espiritual y la estructura afectiva
- rccrecreo
- 2 sept
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Cuando el bien del otro deja de ser amenaza y se vuelve comunión
La envidia no es solo pecado: es síntoma de una herida profunda. Desde la psicología, se entiende como una reacción afectiva que surge cuando el otro posee algo que yo deseo, y que me hace sentir menos. Desde la espiritualidad, es una distorsión de la mirada: en vez de bendecir el bien ajeno, lo convierto en amenaza.

La envidia nace cuando la identidad está debilitada, cuando el amor propio no ha sido sanado, cuando el reconocimiento no ha sido recibido. Por eso, la sanación de la envidia requiere tres movimientos interiores, que pueden ser acompañados tanto desde la fe como desde la psicología:
1. Reconciliarse con la propia historia
Desde la fe: La espiritualidad cristiana enseña que cada historia personal es lugar de revelación. San Pablo afirma: “Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman” (Rom 8,28). Reconciliarse con la propia historia es aceptar que incluso las heridas, los fracasos y las carencias pueden ser fecundas si se entregan a Dios.
San Ignacio de Loyola propone el examen de conciencia como herramienta para reconocer la acción de Dios en lo cotidiano, y para agradecer incluso lo que no se entiende. Henri Nouwen lo llama vivir desde el corazón agradecido, que no niega el dolor, pero lo integra.
Desde la psicología: La reconciliación con la historia personal implica revisar las narrativas internas que generan comparación o resentimiento. El enfoque terapéutico invita a identificar los momentos donde se sintió menospreciado, invisibilizado o excluido, y a resignificarlos con acompañamiento.
Carl Rogers, padre de la psicología humanista, afirmaba:
“Cuando me acepto tal como soy, entonces puedo cambiar.”
2. Reconocer los dones recibidos sin negarlos
Desde la fe: Cada persona es imagen de Dios, portadora de dones únicos. El Catecismo enseña que “la diversidad de dones enriquece la comunión” (CEC 1937). Negar los propios dones por falsa humildad o por comparación es apagar la luz que Dios ha encendido.
San Francisco de Sales decía:
“Dios no pide que seas otro, sino que seas tú mismo, con plenitud.”
Reconocer los dones es también agradecerlos, ponerlos al servicio, y dejar que florezcan sin miedo.
Desde la psicología: La autoestima sana no es arrogancia, sino conciencia de valor. Reconocer los propios talentos permite salir del ciclo de comparación destructiva. La psicología positiva, en autores como Martin Seligman, propone ejercicios de gratitud y reconocimiento personal como antídoto contra la envidia.
El P. Carlos Valles lo expresa así:
“La envidia se disuelve cuando uno descubre que también tiene algo que ofrecer.”
3. Aprender a celebrar el bien del otro como parte del cuerpo de Cristo
Desde la fe: San Pablo enseña que “si un miembro del cuerpo se alegra, todos se alegran con él” (1 Cor 12,26). La comunión eclesial implica que el bien del otro no me amenaza, sino que me enriquece. Bendecir lo ajeno es reconocer que somos parte de una misma misión.
San Juan Crisóstomo decía:
“La envidia es tristeza por el bien del hermano. Pero el amor cristiano se alegra con la luz del otro.”
Desde la psicología: Celebrar el bien ajeno requiere desactivar el mecanismo de competencia. La terapia cognitiva invita a identificar los pensamientos automáticos que generan celos, y a reemplazarlos por afirmaciones de comunión. La empatía activa —reconocer la alegría del otro como legítima— es una herramienta poderosa.
El P. Fabio de Melo lo resume con ternura:
“Cuando bendecís lo que el otro tiene, Dios te enseña a ver lo que vos ya sos.”
Conclusión: transformar la envidia en comunión
San Ignacio de Loyola decía:
“El amor se manifiesta más en obras que en palabras.” Y bendecir el bien ajeno es una obra de amor que sana la estructura afectiva.
La oración, la gratitud, el acompañamiento pastoral y el trabajo interior pueden ayudar a transformar la envidia en comunión. No se trata de negar lo que duele, sino de mirarlo con verdad y dejar que la gracia lo ordene.
La jaculatoria breve de esta jornada —dirigida a la Trinidad— es una herramienta concreta para reeducar la mirada, para despertar la gratitud dormida, y para celebrar sin miedo el bien del otro.
®PiedrasVivas
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